La Agencia Espacial
decide enviar a tres astronautas a explorar el planeta Júpiter, ya que nunca
habían estado ahí y sentían curiosidad por saber si se hallaba o no habitado por
extraterrestres. Ellos pensaban que no, pero era cuestión de probar.
Tras una ardua
selección eligen a un francés, un inglés y un español. Puesto que tendrían que
pasarse varios años dando vueltas por el espacio, les preguntan qué quiere
llevarse consigo cada uno de ellos.
—A mí me gusta la
comida —dice el francés.
Entonces la Agencia
Espacial carga en la aeronave 500 kilos de carne congelada, 600 de pescado en
salazón y tonelada y media de paté de foie, amén de un notable surtido de
vinos.
—A mí me gustan las
chicas —dice el inglés.
Y la Agencia Espacial
invita a unirse a la expedición a una chica rubia, otra morena y otra pelirroja.
Una era blanca, otra negra, la otra asiática, y habían agregado en el último
momento una más que tenía un brazo más largo que otro. Y es que el inglés era
un tipo de gustos algo morbosos.
—A mí me gusta fumar
—dice el español.
La Agencia Espacial
termina de llenar la aeronave con una tonelada de tabaco rubio, otra de tabaco
negro, y otra de tabaco de liar. Tabaco de pipa no les quedaba.
Los tres astronautas
se despiden de familiares, amigos, enemigos, y de una multitud expectante que
ve partir la aeronave rumbo al espacio.
Tres años y medio
después se anuncia en los medios que la misión ha concluido y la aeronave está
a punto de aterrizar en el desierto del Sahara. Hasta allí se desplaza una nube
de periodistas, otra de curiosos y una tribu de beduinos que andaba por ahí.
La aeronave aterriza,
pero no en el Sahara sino en el desierto de Arizona porque habían hecho mal los
cálculos, y todo el mundo tuvo que salir corriendo para allá.
La escalerilla se
despliega y el primero en bajar es el francés, que lo hace rodando porque se ha
convertido en una bola de grasa.
A continuación baja el
inglés, flaco, consumido, ojeroso, y tras él todas las chicas que le habían
acompañado. Y tras las chicas un tropel de niños y niñas de las más variadas
etnias, procedencias y estatus socio-económico.
Por último baja el
español, también flaco y consumido, pero sobre todo, muy nervioso, diciendo sin
parar:
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