domingo, 19 de febrero de 2023

Los astronautas

Los astronautas

     La Agencia Espacial decide enviar a tres astronautas a explorar el planeta Júpiter, ya que nunca habían estado ahí y sentían curiosidad por saber si se hallaba o no habitado por extraterrestres. Ellos pensaban que no, pero era cuestión de probar. 
     Tras una ardua selección eligen a un francés, un inglés y un español. Puesto que tendrían que pasarse varios años dando vueltas por el espacio, les preguntan qué quiere llevarse consigo cada uno de ellos.
     —A mí me gusta la comida —dice el francés.
     Entonces la Agencia Espacial carga en la aeronave 500 kilos de carne congelada, 600 de pescado en salazón y tonelada y media de paté de foie, amén de un notable surtido de vinos.
     —A mí me gustan las chicas —dice el inglés.
     Y la Agencia Espacial invita a unirse a la expedición a una chica rubia, otra morena y otra pelirroja. Una era blanca, otra negra, la otra asiática, y habían agregado en el último momento una más que tenía un brazo más largo que otro. Y es que el inglés era un tipo de gustos algo morbosos.
     —A mí me gusta fumar —dice el español.
     La Agencia Espacial termina de llenar la aeronave con una tonelada de tabaco rubio, otra de tabaco negro, y otra de tabaco de liar. Tabaco de pipa no les quedaba.
     Los tres astronautas se despiden de familiares, amigos, enemigos, y de una multitud expectante que ve partir la aeronave rumbo al espacio.
     Tres años y medio después se anuncia en los medios que la misión ha concluido y la aeronave está a punto de aterrizar en el desierto del Sahara. Hasta allí se desplaza una nube de periodistas, otra de curiosos y una tribu de beduinos que andaba por ahí.
     La aeronave aterriza, pero no en el Sahara sino en el desierto de Arizona porque habían hecho mal los cálculos, y todo el mundo tuvo que salir corriendo para allá.
     La escalerilla se despliega y el primero en bajar es el francés, que lo hace rodando porque se ha convertido en una bola de grasa.
     A continuación baja el inglés, flaco, consumido, ojeroso, y tras él todas las chicas que le habían acompañado. Y tras las chicas un tropel de niños y niñas de las más variadas etnias, procedencias y estatus socio-económico.
     Por último baja el español, también flaco y consumido, pero sobre todo, muy nervioso, diciendo sin parar:
     —¡UN MECHERO, POR FAVOR, UN MECHERO!



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